sábado, 25 de diciembre de 2010

Solidificación del Anhelo Amoroso como segunda fase de la Trasmutación Alquímica del Metal en Oro


Ser dócil para ser perfecto, no era oro lo que perseguían los alquimistas. 
He tratado de sobreponerme. De salir a flote y respirar sol con sal por los ojos.
Me quedé ciego. Perdí mi oído izquierdo. Había sirenas que cantaban con desdén y parsimonia.
Una vez también me volví tigre. Casandra me indujo al trance. Y arrastrándome por las duelas de madera mal pintada, corrí por mi vida, protegiéndome del cazador que venía detrás de mí. No era el oro lo que perseguía. No eran los dientes, ni el furor, ni el reconocimiento de obtener y subyugar. No era la vida lo que me estaba quitando, cuando corría huellas atrás, decidido a conquistar.

Es entonces cuando se  llega a un punto seco en medio de la extensa sabana. Sin árboles ni sombras. Y bestia caes. Medio hombre, medio fiera. Y te desangras, resentido y lleno de dudas, percibiendo tibia, como la vida se derrama en un charco carmesí alrededor tuyo. No dejes de jadear. Así, así, así es como me gustas. No dejes de jadear.

Soy un hombre tratando de mezclar todo lo que sabe y conoce, todo lo que sueña, a todo lo que aspira. Un poco de lo que teme. Otro tanto de lo que no quiere desprenderse. Gotas dulces y sudor seco.
Solo y recluido, dentro de su muy capa de gruesas costras. Protegido con talismanes en el cuello, y marcas en la piel que rezan leyendas de antiguos dioses que jamás pudieron ser héroes. Ahora deduzco que tú podrías ser mi primera medalla: La gran primera herida.


Y te curo. Y te procuro. Te cubro con paños limpios cada vez que puedo. Te cuento historias de gente que lo tenía todo. De hombres simples que no sabiendo por qué, encontraron el camino y llegaron al final, evaporados de luz, desintegrándose no como el polvo de un cadáver, sino como la lluvia que no se encharca. Como el agua que fecunda la tierra y la preña de flores y arbustos.
Me escuchas en silencio. No reaccionas, pero sé que lo estás recibiendo. Te beso a lengüetadas, con la aspereza tierna de mi lengua felina. Tomo tiempo para respirar, para sacarme los demonios del pecho. Para no contaminarte de imprudencia mi saliva, la que esparzo sobre ti, con el afán de de que sanes, pero sin desaparecer.

He recurrido a todo. De lo onírico a lo mundano. Del cero al cien, atravesando el infinito. He caminado por todas partes. Incluso conocí a una mujer que me pidió las llaves del ático que tengo en la cabeza. Sos un tigre asustado, me ha dicho. Un tigre desangrándose que no quiere dejar de respirar. Yo me paré indignado. Cómo es posible que me haya dicho tal cosa. Como puedo concebir que no he podido seguir corriendo…

Ya tomé. Ya bebí. Ya solté y ya me aferré al sueño. Trato de sintonizar. De ser enfermizamente positivo. Tanto de ecualizar como de perderme en el arrebato sin sentido. Ya descubrí la lógica. Desenredé la maraña. Ya pinté mi cara y me borré las facciones. No sé lo que sigue… No sé lo que sigue…

Le he pedido a la luna roja que me quite los placeres de encima. Le he contado mi historia, y hasta he aullado sin lágrimas, en un piso alto de algún devoto edificio. Le hablé de ti. Le dije que eras la mejor, la más grande,  la herida de la que más orgulloso me siento. Le dije que no voy a permitir que te conviertas en una condecoración de lo que no pudiste ser. No hay renuncia, ni marcha atrás. Si el hecho de sanar implica que desaparezcas, puedo declararme un eterno herido, como la cicatriz del labio que no he querido cerrar…

Quédense con todo el oro. Con la piel a rayas. Con la sangre si quieren. Con la vida y la victoria. Con el trofeo, y las sonrisas, y la vana-gloria de quien obtiene lo que quiere. Estoy aburrido, harto de la alquimia. De mezclar y revolver, y confundir, y especular, y procurar heridas. Quédense con todo, porque a mi nada de eso me sirve ahora.

Y vos… vos podés hacer lo que quieras. Pero quédate conmigo.
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* Imagen: Walton Ford. Hyrcania
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