lunes, 27 de diciembre de 2010

Epístola No. 3: Identidad. Pasados Perdidos. Árboles y Monstruos.


No sé si me gusta la idea de que evoques algo que perdiste o que de alguna forma no tienes más contigo. Finalmente todas las ideas e impresiones que plasmaste en ese libro, lo verdadero, lo esencial, supongo que lo incorporaste a ti mismo, y lo llevas impregnado como código genético. Es como me decía un amigo argentino hace un tiempo, sobre los pocos rasgos "mexicanos" que veía en mí.

Le dije que no me pasaba la vida hablando palabras con "ch". Y que tampoco escuchaba mariachis en casa, ni que me la pasaba diciendo "pinche cabrón". Es más, tampoco estoy acostumbrado a beber mucho tequila ni a comer demasiado picante. Le sorprende que hable en "castellano neutro" como suelen denominar a las personas que hablan un español sin acento. A mi mamá le preocupa que no festeje navidad (la pasé solo en casa) y que el día de la independencia no use algún distintivo tricolor ni ponga una ofrenda el 02 de noviembre.

A pesar de eso, a estas alturas, me parece que soy más mexicano que muchos . Me he procurado erradicar las cosas que me estorban de la idiosincrasia nacional (en la medida de lo posible y hasta donde soy consciente), así como de conservar las cosas que me parece, nos distinguen y caracterizan como mexicanos. Igual no está de más aclararte que esta "selección" de características ocurre sobre la capa más superficial del asunto. Porque a México uno lo trae impregnado en la sangre, configurado con la tierra, las costumbres y la genética. Con años de comer mucho maíz y con la herencia espiritual del territorio y de los ancestros. Eso es ser mexicano para mí. Me guste o no, como premio o penitencia uno acepta o no vivir en esa condición.

Pero basta de ser patriótico. Antes de ser mexicano, soy cualquier otra cosa.

Va a sonar una barbaridad lo que voy a decirte, comparado con lo que te sucedió a ti y a la perdida de tu libro, pero hace una semana me robaron mi iPod. 60 Giga bites de textos, proyectos de la facultad, fotografías, dibujos escaneados, cartas, conversaciones de msn, y mucha, mucha música. La información de dos computadoras, más la nueva que recién obtuve, se perdieron ahí. Como 10 años.
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¿Quien soy yo y quién el monstruo?


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Sucede que de pronto no soy capaz de hacer conciencia de lo que perdí. Primero porque resulta fatal anímicamente saber que desaparecieron tantos vehículos al pasado. En cierto sentido me quedé sin máquina del tiempo. Pero por otra parte, tengo la memoria, la verdadera memoria. Los tatuajes internos de todo eso que percibí, sentí y pensé cuando produje todo lo que escribí, las fotos que tomé y las charlas con gente que en su mayoría, ahora son fantasmas. Todo eso ya quedó guardado. Ya lo asimilé, tal y como lo hacen las plantas que ahora son más grandes gracias a esos nutrientes. Seguro que en algunas células todavía traigo mucha de esa euforia. Y flashes de momentos con sol y agua. Y dramas románticos de post adolescencia. Qué sé yo. Se borró el pasado en formato digital. Pero el extracto lo sigo trayendo conmigo. O por lo menos eso quiero suponer.

También me he sentido más ligero. Después de asimilar la desaparición de todo eso, me percaté de que me había librado de una especie de miedo relacionado justamente con el hecho perder todo ese pasado. En cierto sentido me pesaba un poco cargar con tanta vida podrida (podrida por vieja, por descomposición natural, no lo digo en un sentido despectivo, aunque tampoco la considero necesariamente saludable), pero no me daba cuenta.

Y ahora, que podría putear (o mentar madres, en español mexicano) por haber perdido esto, como que agacho la cabeza y agradezco discretamente. A pesar de mi testarudez, hay algo que siempre me quita de enfrente lo que ya no necesito. Un filo que me corta las ramas que comienzan a secárseme. Siempre es tan abrupto. Tan "de un día para otro". Pero creo que mi proceso siempre es así. Y parece que me estoy acostumbrando y que, inclusive, quizá yo mismo soy quien lo propicia. Algún placer oculto dentro de la amputación de retoños gangrenados. Hay algo que me fascina de todo eso. Y lo mejor es que siempre termino limpio. Más claro y con la posibilidad de hacerme crecer otra rama. Duele un poco. Y suena trillado, pero hay cierto placer en un poco de dolor. Es muy cierto.

Bueno, me colgué con otra cosa. No recuerdo haberte hablado de mi llegada a BsAs. Pero si quieres te describo algo. ahora no porque estoy con otros asuntos. Pero por la tarde, seguro que me hago un tiempo. Sólo te adelanto que me he vuelto un monstruo impulsivo. Que hay sentimientos que me corroen y que todo ha subido de tono. Lo sublime me rebasa y lo mundano me orilla a atrocidades.

Lo último no está bueno porque en mi estampida emocional termino arrollando a unos cuantos. Casi siempre a los que más quiero. Lo estoy trabajando. Trato de no bautizar esta actitud con algún prejuicio rancio e inútil. No quiero propiciar la culpa, pero tengo qué aprender, ya sea a canalizar esta ira marciana de tintes destructivos, o a advertirle a la gente que quiero, el hecho de que puedo, que de hecho voy a lastimarla.

Y que cada uno decida si sigue merodeándome los sentimientos, o lanza el grito de retirada. Tengo un poco de miedo, si. Pero ese monstruo soy yo. Tengo qué curarme. Necesito curarme. Necesito ser claro para ver lo que sucede. Conmigo y con los otros. Lastimo. A los otros y a mí. Es eso o aceptar que soy como dice esa canción que me dedico un amigo, acerca de un chico-monstruo que se come el corazón de las personas.


Un abrazo amistoso de lejanía. Te mando el texto después.



* Fotografía: Robert Mapplethorpe

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