lunes, 27 de junio de 2011

Me lo dijo un pajarito...




Lo sé, doctora. El mundo entero dice que es una necedad. La ambivalencia es un arma filosa. Entre la capacidad de ser ambas cosas, o camuflarse entre las hojas, mostrando un pefil u otro según convenga, la polaridad, el altibajo y las frecuencias altas, me quedo enmedio. Y no vuelo más bajo tierra. No navego el cielo ni repto entre los árboles. Mamífero triste. ¿Es que nadie ha entendido que perdí el carnet de identidad?

¿Le gustan las aves, doctora? Le pregunto porque desde hace algunos meses, hay un ave exótica que me visita. Llega de imprevisto y se posa en la rama más fina del fresno que resguarda la ventana de mi habitación. Una visita rápida, sin pormenores. O así era al principio.

Siempre he sabido que las aves son inalcanzables. No importa qué tan libres o enjauladas estén, ellas siempre se sentirán libres y plácidas de hacer y decir lo que quieran. Ahí tenemos al loro, una apología alarmante de un animal que repite las mismas palabras sin sentido aparente. Se burla de nosotros, el loro. Nos escupe en la cara nuestra propia inchoerencia. La mecánica del ruido vacío, del discurso humano. Se ríe de nosotros, el loro.

¿O qué me dice la de cacatúa, o del guacamayo? El contraste en el plumaje de las aves tropicales, el estruendo con el que manifiestan una voz natural de rumores selváticos. “Que todo mundo sepa” es su premisa. Que nadie se quede sin enterarse. Otra alegoría ornitológica del natural humano.

Así tambien tenemos a la urraca, sombra fúnebre del misterio que rebusca escalofríos. Estridencia grave, desconcierto gutural. Me pregunto de qué bestia mitológica surge aquel aullido de bosque nocturno. De qué garganta reverberan los temores que la urraca vomita en el aire.

Y la lechuza. Dama elegante. Burguesía esteta de altos perfiles. Mirada fija, murmullo breve. Es de pocas palabras la lechuza. Su discurso se basa en la resonancia pulcra que surge despues de sus monosílabicos parlamentos. Astuta, calculadora, altiva y sigilosa. Criatura fina de mortiferas garras.

Y así podría pasar largo tiempo, discurriendo sobre el aviario en el que vivimos ahora. Pero mi punto no era ese. El punto en sí, es que hay un ave exótica que viene todos los días a mi ventana y me canta cosas que no comprendo.

O eso quiero pensar, doctora. Porque el otro día me dió la impresión de que algo me dijo. Fuera de toda lírica, dejando de lado las suaves notas que alegraban mis mañanas o arrullaban mis noches (según la hora a la que me visite), y estando yo en el umbral del sueño primero, escuché su canto, percatándome de cómo las finas notas se transformaban progersivamente en poemas ligeros, pero de contundente verdad.

No soy capaz de recordarlo todo, pero aún tengo fragmentos vivos, algo como este que apenas al despertar, transcribí:


In illo tempore

La tierra era virgen
y el mar no era sal

In illo tempore
El hombre-canción.
La danza y la lluvia
sin pie y sin estampa

In illo tempore
Rugidos de tigre
y agujas de abeto

In illo tempore
Sin guerra. Sin dios.

In illo tempore,
la brisa azulada
de blancos altares.

In illo tempore
Vapor animal
y sudor en las flores

In illo tempore
murmullo de faunos,
mirada de cuevas

In illo tempore
Semilla de trueno
arena y calor.

In illo tempore
La muerte camina.
La vida resuena.
La salvia germina

La carne sin ruina
la miel sin amor

Del arból de olvido
soy fiel trovador




Y bueno... ¿Qué piensa usted de todo lo que acabo de contarle, doctora? ¿Será que aquél pájaro ha comenzado a contarme secretos que nadie conoce? ¿Acaso tengo el privilegio de ser el receptor de algun mensaje? ¿Es que debo comunicar y difundir todo esto, o debo conservarlo para mí, como quien guarda un tesoro por nadie conocido?

No lo sé, señor T. Pero lo que dice no parece tener mucho sentido. No es muy común que la gente comience a divulgar cosas como que un pájaro le cuenta cosas mientras duerme. Una cosa es la imaginación y las impresiones del ensueño, pero su caso va más allá de todo eso. Si le parece pertinente, aumentaré la dosis de su medicamento. Probablemente no estamos trabajando como debiéramos..."

Si, doctora... también lo había pensado.

miércoles, 22 de junio de 2011

Saudachi, voyeur et costombri




Son las últimas páginas de esta libreta. Y yo no sé. Me quedo pensando...


Hoy me acordé de vos. Y de que no sé exactamente lo que tu recuerdo me provoca.

Me hace sentir fuera de contexto. Nada. Cosas que no terminé de entender.
Ni de vos, ni de la situación, ni de mí.

Cuando el panorama se abre tanto como el corazón, se corre el riesgo de quedar sin referencias.
Hoy es el primer día del invierno. Y es raro porque de repente hago o pienso cosas relacionadas a ti, pero de manera inconsciente. Automática.

Como esperando, pero sin querer esperar. 
Hoy más que otros días estoy seguro de que no volveremos a vernos.

Y mientras yo trato de suplantarte con alguien más, o me pongo a prueba, tratando de demostrarme que no necesito estar con alguien para sentirme bien,el misterio acerca de tu paradero tus decisiones y actividades me deja sin armas.

Porque nunca pude predecirte. Y eso me hace pensar que no te conocía realmente.
Porque no tendrás el valor de recuperarme. Y porque de todas formas no lo conseguirías.

Supongo que sigues carcomiéndote la vida, arrancándotela con los dientes.
O que volviste a la clase de gimnasia.
Que invocaste al poroso fantasma de algún amante de antaño.

O quizá tu vida sigue igual.
Fumando en la cama.
Durmiendo tarde.
Poniendo la toalla en el piso cuando sales de la ducha…

A veces, ya no tanto, pero aún de repente siento mucha curiosidad por saber en dónde estás.
Si te sigues riendo de las mismas cosas, o que estarás haciendo con esa cámara que recién te compraste.
Me pregunto cómo te sientes ahora.

Yo quiero imaginar que reaccionaste, y que tienes la intención de recuperar tu vida.
Es lo que más me gustaría. De verdad. Me pondría contento si un día ten encontrara caminando por las calles melancólicas de esta diminuta ciudad.
Primero moriría de un infarto. Pero el saberte bien me haría recuperar el aliento.

Yo soy débil. Así que no voy a buscarte.
El peso de una responsabilidad que puede sustentarse sólo en la curiosidad del afecto me podría hacer perder el piso aún a estas alturas.

Quisiera verte sin que lo supieras.
Sólo para ver cuánto has cambiado después de tanto.
Sólo por mirarte de lejos.
Mirar y no tocar.
Es solo por saber.
Y no hay nada más que eso.


Fotografía: Linda Plata Cervantes

lunes, 20 de junio de 2011

PLAGIOS Y PRESAGIOS...


Pensamos las mismas cosas, al mismo tiempo.
Y nada podemos hacer acerca de eso.

Pensamos las mismas cosas, al mismo tiempo. 
Y hay demasiado de nosotros como para que pretendas cuantificarlo.
  

Thom Yorke. Harrowdown Hill             
    

sábado, 18 de junio de 2011

"Hearthquake" at Devotion Village (o sobre cómo todo lo que sube, tiene qué bajar)



...no es eso lo que me molesta. Son tus actitudes lo que ya no soporto, argumentó Ramón, con ese tono que tiempo antes a Esteban solía corroerle hasta el mismísimo tuétano. Esa actitud de ataque espinoso, ya preparado para asestar el segundo golpe, que vendría tras la respuesta del acongojado Esteban.

Pero esa vez no fue así. Esteban dijo no importa, lo mejor de todo es que hoy mismo me voy. Se comió los golpes que Ramón se merecía y simplemente le dijo que ambos estaban tensos por convivir tantos días juntos. Que les iba a venir bien que él por fin hubiera encontrado casa, y que eso iba a cambiar las cosas.

Y esa respuesta desarmó a Ramón. La actitud serena de Esteban lo atemorizó tanto que el miedo se le anudó en la garganta, y apenas pudo decir no sé, lleno de sarcasmo e incertidumbre. Esteban dijo ya verás que todo será diferente. Es todo esto de compartir depto lo que nos tiene tensos.

Entonces Ramón entró en pánico. Se sentó sobre la cama, observando cómo su ex novio, ex amigo, ex amante, ex algo que no era nada pero que al final sí era (y era todo), comenzaba a juntar los jeans, los pares de zapatillas, el desodorante y los libros, metiéndolos con cierta prisa, pero sin señal de alteración a la maleta verde. Ramón bajó la mirada como un niño que sabe que hizo algo malo, pero que no dirá ni hará nada hasta que el otro reaccione. Era un licuado, mezcla de resignación con orgullo, con angustia, con tristeza y con altos grados de culpa.

Por su parte, Esteban era un edificio de departamentos sometido a una sacudida de nueve grados en la escala de Richter con epicentro cardíaco. Toda la estructura interna, la intangible, estaba fracturándosele muy aceleradamente. La onda expansiva no había llegado a los ojos siquiera, pero no podía darse el lujo de tardarse demasiado en empacar sus cosas. Un temblor en la voz, una mano tirando algo, o una mirada fija podían derrumbarlo en cualquier momento.

Mantuvo entonces la compostura. Le dijo bajas a abrirme a Ramón, y él le dijo que sí con la cabeza, sin emitir sonido alguno. Bajaron los 8 pisos por el elevador. Sin mirarse. Los dos con las palabras contenidas entre los dientes, tratando todas ellas de escaparse por los labios para que no se separasen. Para reclamar, o gritar, o reprochar, o herir o cualquier cosa. Ambos descendieron muy al fondo. Hasta el mero silencio de la Planta Baja.

Esteban dijo gracias por el alojamiento, y por todo. Ramón dijo no me des las gracias. Esteban dijo hablamos. Ramón no contestó, pero le dijo adiós con la mirada. Esteban salió rápido, caminando sobre la avenida, jalando la maleta lo más rápido posible, sin pensar en nada. Sin saber si volverían a verse.

Con el ánima entumecida y la cabeza evaporada, pasó frente al parque y decidió adentrarse un poco. Luego se sentó en una banca y lloró más lágrimas que Hernán Cortés cuando la noche triste.