sábado, 18 de junio de 2011

"Hearthquake" at Devotion Village (o sobre cómo todo lo que sube, tiene qué bajar)



...no es eso lo que me molesta. Son tus actitudes lo que ya no soporto, argumentó Ramón, con ese tono que tiempo antes a Esteban solía corroerle hasta el mismísimo tuétano. Esa actitud de ataque espinoso, ya preparado para asestar el segundo golpe, que vendría tras la respuesta del acongojado Esteban.

Pero esa vez no fue así. Esteban dijo no importa, lo mejor de todo es que hoy mismo me voy. Se comió los golpes que Ramón se merecía y simplemente le dijo que ambos estaban tensos por convivir tantos días juntos. Que les iba a venir bien que él por fin hubiera encontrado casa, y que eso iba a cambiar las cosas.

Y esa respuesta desarmó a Ramón. La actitud serena de Esteban lo atemorizó tanto que el miedo se le anudó en la garganta, y apenas pudo decir no sé, lleno de sarcasmo e incertidumbre. Esteban dijo ya verás que todo será diferente. Es todo esto de compartir depto lo que nos tiene tensos.

Entonces Ramón entró en pánico. Se sentó sobre la cama, observando cómo su ex novio, ex amigo, ex amante, ex algo que no era nada pero que al final sí era (y era todo), comenzaba a juntar los jeans, los pares de zapatillas, el desodorante y los libros, metiéndolos con cierta prisa, pero sin señal de alteración a la maleta verde. Ramón bajó la mirada como un niño que sabe que hizo algo malo, pero que no dirá ni hará nada hasta que el otro reaccione. Era un licuado, mezcla de resignación con orgullo, con angustia, con tristeza y con altos grados de culpa.

Por su parte, Esteban era un edificio de departamentos sometido a una sacudida de nueve grados en la escala de Richter con epicentro cardíaco. Toda la estructura interna, la intangible, estaba fracturándosele muy aceleradamente. La onda expansiva no había llegado a los ojos siquiera, pero no podía darse el lujo de tardarse demasiado en empacar sus cosas. Un temblor en la voz, una mano tirando algo, o una mirada fija podían derrumbarlo en cualquier momento.

Mantuvo entonces la compostura. Le dijo bajas a abrirme a Ramón, y él le dijo que sí con la cabeza, sin emitir sonido alguno. Bajaron los 8 pisos por el elevador. Sin mirarse. Los dos con las palabras contenidas entre los dientes, tratando todas ellas de escaparse por los labios para que no se separasen. Para reclamar, o gritar, o reprochar, o herir o cualquier cosa. Ambos descendieron muy al fondo. Hasta el mero silencio de la Planta Baja.

Esteban dijo gracias por el alojamiento, y por todo. Ramón dijo no me des las gracias. Esteban dijo hablamos. Ramón no contestó, pero le dijo adiós con la mirada. Esteban salió rápido, caminando sobre la avenida, jalando la maleta lo más rápido posible, sin pensar en nada. Sin saber si volverían a verse.

Con el ánima entumecida y la cabeza evaporada, pasó frente al parque y decidió adentrarse un poco. Luego se sentó en una banca y lloró más lágrimas que Hernán Cortés cuando la noche triste.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uffff.... qué mierda no?
me gusta que tiene un poco de humor, lo contás con cierto cariño y cierta sana distancia

Pirata Playmobil(e) dijo...

La mierda fertiliza las nuevas semillas.
El humor es el complemento de la tragedia.
No hay nada de cierto en el cariño, pero es auténtico.
Y la distancia es relativa.

Ficción.

Saludos, "anónimo".