viernes, 8 de octubre de 2010

PRELUDIO

Caminé por la ciudad, sobreestimulado por tanta vida, por el movimiento, los ruidos y los colores. El aire húmedo no lograba hacerme transpirar, pero era lo suficientemente tibio como para abrirme los poros, dejando algunas microgotas de sudor, justo al ras de la epidermis; iba caminando con cierta prisa inexplicable, con ganas de buscar. Estoy tratando de ser más honesto, y de inmediato comienzo a recordar ciertas cosas; por ejemplo, que una creciente y poco controlable energía se generaba en todo mi cuerpo, acumulándose en el bajo vientre; yo me desplazaba con mi propio ritmo, tratando de que el cuerpo se condujera por sí solo, pero a diferencia de otras ocasiones, no era capaz de soltarme. Esa energía; no podía dejar que aquella energía se apoderara de mí. Estaba creciendo muy rápido, era cuestión de minutos para que comenzara a bullir de formas impredecibles: No podía dejarla crecer porque se me escaparía de más adentro de los huesos y se manifestaría de formas que no conozco y que por el momento prefiero no conocer. Aún soy muy joven como para ser recluído.


En el momento en que llegué a la gran 9 de Julio, me encontré que a partir de su cruce con Av. Corrientes, esta última estaba cerrada tres cuadras hacia el puerto: un grupo de estudiantes de la facultad de Filosofía de la UBA había bloqueado esta calle, provocando un caos vial que orilló a cientos de pasajeros a trasladarse a pie, por lo menos unas cuantas cuadras, lejos del piquete para tratar de subir a alguno de los sobrecargados colectivos, quienes inauguraban rutas alternas que, lejos de evitar el conflicto, terminaban empeorándolo. Las calles, por tal motivo, estaban siendo caminadas por un número considerable de turistas, hombres de corbata, chicas con perfumes que empalagan la nariz, empleados de call centers, ancianos y parejas, transitaran conmigo, muy cerca. Por detrás, por enfrente y hacia mi.

Buenos Aires es una ciudad chica. NO hay día en el que no me encuentre a alguna cara conocida. Algún fantasma de noche desenfrenada. Algún cliente de la cafetería en la que trabajé. Conocidos de amigos, etcétera. Siempre hay un rostro conocido cerca. Nunca se puede ser totalmente anónimo. Este tipo de encuentros ya no me sorprenden, sin embargo, el día de hoy fue diferente. Tenía esta sensación adentro del cuerpo. Me vi de pronto, caminando entre una multitud de animales, como con ojos de bestia asustada, sin saber a donde mirar, tratando de encontrar algún referente que me dijera "quédate tranquilo, estás a salvo". La angustia comenzaba a tocarme la puerta.

Sigo sin saber qué fue exactamente lo que me sucedió esa tarde. Lo que sé es que desde la mañana, mi humor estaba como pocas veces. Amanecí sin sueño. Tomé el taxi a la hora de siempre, y luego continué en subterráneo hasta la oficina. Iba cómodo y tranquilo, aunque... haciendo un recuento, el taxista de hoy fue muy frío y no me deseó un buen día, como lo habían hecho los dos taxistas de los días anteriores. También sucedió que en el subte me senté en un lugar en el que no acostumbro hacerlo: en lo asientos triples, justo entre una mujer vieja y un oficinista treintón. Tengo fobia social, ya lo he dicho varias veces; es por ello que mi "necesidad de gente" me desconcierta.

Y ahora que recuerdo, ahondando en detalles, noté que mucha gente se me quedaba viendo mientras caminaba el último tramo a mi trabajo, unas 10 cuadras sobre Medrano; fuese sobre la misma vereda en la que yo caminaba, e inclusive desde la vereda opuesta, pude percibir que las personas se volteaban, mirándome con cierta expresión, como de sorpresa, como si no hubieran visto algo semejante. Como si mis ojos pidieran ayuda. O el cuerpo se quejara de algún extraño desconsuelo.

Es la Primavera, que enloquece a las personas. Las trastoca. Las hace salir a buscar, ver y mostrar. No me mires a los ojos. No me mires a los ojos. Es peligroso. Mordidas en la yugular. Olor a cuerpo. Todos nos volvemos un poco más animales en esta temporada.

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