- ¿Y qué más te contó después? Le preguntó la mujer que se sentaba bajo un árbol, con un aire inquisitivo, como ansioso. Algo inusual en ella, que dejó a Julio con la sensación de que le estaba contando algo realmente importante - Nada más eso; pero yo le contesté que no entendía bien y que me lo dijera de nuevo- respondió el niño.
¿Pero el problema fue que no escuchaste bien lo que te dijo, o lo escuchaste pero no lo entendiste? A veces, Julio tampoco entendía lo que la mujer le preguntaba, y eso lo ponía algo nervioso; sin embargo, le gustaba pasar tiempo con ella porque lo hacía darse cuenta de cosas de la naturaleza, y le explicaba lo que ella pensaba del mundo, de las chicas como Larisa y de lo que le había sucedido antes de que terminara convertida en la mujer que siempre estaba sentada debajo de un árbol. o que al niño más le atraía era que la vieja tenía muchas historias, aunque los otros niños no se le acercaban; decían que sus madres se los tenían prohibido porque era muy extraña, no hablaba con casi nadie y no tenía familia ni conocidos en el barrio.
- Porque vos entendés que son cosas distintas ¿no? A veces podemos entender lo que la gente quiere decirnos aunque no la escuchemos, así como a veces solo la oímos, negándonos a entender lo que nos ha sido anunciado- dijo la mujer, y esperó a que Julio prosiguiera con su relato.
- Fue algo sobre mi hermano Benjamín. Qué yo tenía que despertarlo, una cosa de echarle agua en los pies… pero ya no me acuerdo bien; era algo de eso- le respondió a la mujer, quien lo miró fijamente, después de escucharlo decir estas palabras -¿Pero vos estás seguro de que fue el anciano quien te dijo esto?- la mujer seguía interrogando al chico, sin importarle ni el tono ni la forma en la que le hablaba a Julio, quién contaba con escasos 7 años. Sí, estoy seguro. Era el mismo anciano de la última vez.
Del otro lado del parque, una chica de pelo corto y muy negro, de unos 20 años, se acercaba con prisa hacía donde se encontraba el roble, cuya sombra albergaba a Julio y a la anciana. Era Larisa, la niñera, quién volvía varios minutos después de lo pactado con el chico.
Ahí viene Larisa, así que me voy con ella, respondió Julio, quién había notado el peso de las cosas que acababa de decirle a la mujer del árbol. Luego se despidió, agitando su mano izquierda en un movimiento casi reflejo, de pura inocencia, pero la vieja no reaccionó.
¿Y hoy qué te dijo esa señora? le preguntó Larisa al niño, una vez que lo había tomado de la mano y lo jalaba para que caminara más a prisa, pues estaba preocupada por la hora; tu mamá ahora sí me mata, seguro que no me cree nadita si le vuelvo a decir que se nos fue el sol mientras estábamos en la plaza (parque); tengo qué pensar en lo que voy a decirle. Si se entera que te dejo con esa vieja mientras voy a verme con Martín, mejor ni te digo lo que pasa… pero decime qué te dijo hoy, ¿Algo de mí?
Julio le respondió que en esta ocasión la mujer no le había dicho nada, pero la inexperta niñera no le creyó. Pensó en insistir para que el chico le contara, pero no había tiempo para eso: contaba con poco tiempo, así que prefirió enfocarse en la construcción improvisada de una mentira que tuviera el peso suficientemente como para que Alicia, la madre de Julio, pudiera creerla.
El sol ya estaba ocultándose y quedaban pocas personas en la plaza. La mujer de debajo del roble siempre era la última en irse: Sucedía siempre cuando el joven guarda parques le anunciaba que ya estaban por cerrar y que debía retirarse. Pero esa tarde fue distinta. Cuando Julio miró de reojo hacia atrás, una vez que él y Larisa ya habían cruzado la calle, se sorprendió al descubrir que no había nadie bajo el árbol.

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