domingo, 31 de julio de 2011



Ayer soñé que llegaba de noche a mi supuesta casa (una de cualquiera de las casas en las que he estado viviendo últimamente) y al entrar a la habitación, encontraba un sobre. Un sobre de papel puesto sobre mi almohada. Recuerdo que la sensación de curiosidad era tan fuerte que me acerqué en dos pasos hasta el borde de la cama. Sin prender ninguna luz, y apenas distinguiendo algunas formas con una lunar luz muy tenue, me senté, tomé el sobre y lo examiné, casi sin poder contenerme la necesidad de abrirlo arrancando los pedazos de papel, con la cabeza corriendo tras varias decenas de ideas de lo que podía tratarse. 

Lo abrí con cuidado, rompiendo uno de sus costados con la suficiente cautela como para que la nota que traía dentro no sufriera corte alguno. Saqué la hoja y vi mi nombre en la parte de arriba, del lado izquierdo. Además estaba escrito con tu letra.


“Ya aprendí a poner el control remoto debajo de tu almohada,
Y todavía te guardo la mitad de la cama,
sólo por si alguna noche te animas y vienes a dormir,
a soñar a un lado mío, mientras observo lo que imaginas
y anhelas con los ojos cerrados."


 No recuerdo que pensé o hice después, pero cuando recuperé la conciencia, el sol ya estaba entrando por las rayas africanas de mi cebra persiana. Me levanté y me di una ducha para quitarme el olor a sueño y para despertar en todos los sentidos. Me hice un desayuno ligero de tostadas con café. Luego salí a recoger mi ropa de la lavandería, me hice unos mates y me puse a estudiar hasta avanzada la tarde. Después cociné pasta con vegetales salteados y abrí una botellita single de Pinot Noir. Comí despacio, saboreando cada ingrediente. Después me lavé los dientes, leí un poco, hice unos estiramientos antes de acostarme, y seguí con otras cosas, tratando de prolongar la hora de caer dormido y, evidentemente, con la cabeza llena de estudio como para atreverme a querer interpretar lo sucedido.



martes, 26 de julio de 2011

Amniosis Amnéstica


Ayer me di cuenta de que hace mucho tiempo que no me tiro en la cama, y dejo que el cuerpo se me disuelva mientras hay algún buen disco de fondo, acompañándome mientras cierro los ojos e imagino escenas y pasajes con las letra y ritmos del audio en cuestión.

También recordé que hace mucho más tiempo que no salgo solo, conmigo, a tomar un café en algún lugar poco concurrido, cavilando sobre los ires y venires, los planes y percepciones. La cotidianeidad y lo inverosímil de lo fantástico. Hace ya mucho tiempo.

No recuerdo cuándo fue la última vez que salí a caminar, con cigarro o sin cigarro (según el período de abstinencia o abundancia), porque eso era lo único que hacía que mi cabeza perdiera peso y presión ante el aglutinamiento atómico de ideas y supuestos que invadían mi cerebro como un batallón extranjero de corrosivos y sometedores pensamientos. Gastar la suela, y dejar que el asfalto fluya para que lo intangible se descongestione.

Tampoco viene a mi memoria ninguna de las veces en las que sentí que estaba en el lugar, en el momento y con la persona adecuada. Siempre hay cuervos de duda sobrevolando mi certeza. Ruidos lejanos de pasos que se acercan. Punzadas finas. Decenas de lustros ha, que no duermo pesado.

Oscar Wilde decía que los placeres simples eran el último refugio de los hombres complicados. Hace tiempo que no veo bebés en las calles. Y que las flores se extinguieron. La gente ha dejado de sonreír sin motivo aparente. Los niños ya no juegan. Hace frío y tengo una vida qué resolver. Y nada más existe.

Hace siglos también, que no derramo una sola lágrima por algo o por alguien. Creí ingenuamente que ese podría ser una clara señal de felicidad. La ausencia de llanto. Y cuán equivocado estaba. ¿Será que mis ojos se quedaron sin lluvia? ¿Será por eso que allá afuera no termina de caer agua del cielo?

Me asomo a la ventana. Muero de envidia. Por lo menos las nubes tienen a alguien por quien derramar suspiros, sollozos y hasta uno que otro grito de relámpago. No recuerdo cuándo fue la última vez que el cardios me latió tan fuerte como para que las palabras se me agolparan en la garganta y salieran, disparadas e incontrolables, en forma de beso sobre la boca de alguien más. No, la verdad que ya no recuerdo.

Será que habré llegado por fin al purgatorio. Dinero, empleo, casa, deudas, proyectos, viajes. Ganar peso. Perder peso. Sigo sin celular. No hay nada concreto. Fiebre y fatiga crónica. Tedio y un inverno sin nadie para cucharerar. Necesito una frente tibia para besar por la noche. Y si no es mucho pedir, un par de ojos acobijados bajo dos párpados, para mirarlos fijamente mientras sueñan, respirando en silencio...


Momento...

Creo que estoy recordando algo...